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Legado Restaurantero

La Catrina

El chef Guillermo González Beristáin, nativo de Ensenada, Baja California, llegó a Monterrey en 1998 para abrir el primero de una larga lista de restaurantes en la ciudad: Pangea. Dos años más tarde inauguraría La Catarina, establecimiento en el cual ofrecía al público regiomontano su particular visión de la cocina mexicana. El amplio local se ubicaba en la avenida Morones Prieto, en la colonia Loma Larga. Con sus arcos y techos abovedados y muros de tonos cálidos, La Catarina pretendía (y lograba) evocar el ambiente de una próspera hacienda del México rural. Su menú se enfocaba en los ingredientes y platillos más tradicionales del norte, centro y sur del territorio, creando también combinaciones y transformaciones que buscaban ofrecer nuevas posibilidades. Así, lo mismo se podían ordenar unos tacos dorados, escamoles, tamales de atropellado norteño o chapulines que unas enfrijoladas de lechón o un mole de tamarindo con pato. Asimismo, su carta de vinos solo ofrecía variedades nacionales, y llegó a presumir de ofrecer más de doscientos tequilas. A lo largo de veintitrés años, La Catarina se ganó un lugar de prestigio entre las opciones gastronómicas de la ciudad. Además de cosechar una serie de premios y reconocimientos nacionales e internacionales, llegó a contar con una segunda sucursal en la avenida Garza Sada, al sur de la ciudad. Sin embargo, tras una serie de problemas de variada índole, La Catarina dejó de operar en octubre de 2023. 

El Tio (1931 - 2017)

El sabor de la tradición. Ubicado entre las avenidas Hidalgo y Constitución, en la antes ilustre colonia Obispado, el restaurante El Tío abrió sus puertas en 1931. Ofrecía un ambiente campestre en medio de la ciudad. Bajo la sombra de los árboles añosos, los parroquianos podían consumir una variedad de platillos tradicionales de Nuevo León como el cabrito cocinado en horno de leña de mezquite, el puchero de res, la lengua en salsa y los frijoles a la charra, además de los indispensables cortes tradicionales como el diezmillo y las agujas, o el filete “Tío”. La sazón provenía de doña Aurora Ortiz, esposa de don Rodrigo Velarde Reyes, fundador del restaurante. Ya desde antes de sus inicios, cuando se le conocía como la “Quinta Calderón”, El Tío era sede de paseos familiares, banquetes y tertulias en donde se daba cita la sociedad de Monterrey, así como notables visitantes. Según las leyendas y anécdotas de los memoriosos, entre los comensales se llegaron a contar figuras de distintos ámbitos, tanto locales como nacionales y extranjeras. Por citar unos cuantos ejemplos: don Porfirio Díaz, el general Álvaro Obregón, el matador Eloy Cavazos, el presidente Vicente Fox y su homólogo estadounidense George W. Bush, y luminarias del cine mexicano como Pedro Vargas, Miroslava, Dolores del Río, María Félix y Cantinflas. Los últimos años del Tío fueron más bien grises, hasta que, finalmente, cerró sus puertas en 2015, víctima de una combinación de factores como la crisis económica, los cambios en la zona y en los hábitos y gustos de la gente de Monterrey y, el colmo, la inseguridad que puso en jaque al Nuevo León de aquellos años. Tristemente, el local fue demolido y los árboles talados poco tiempo después, sin ser objeto de un mínimo respeto por el significado histórico del lugar. Actualmente, en el predio polvoso y arrasado, sólo se encuentran un par de restaurantes de comida rápida que nada tienen que ver con el que fuera uno de los establecimientos más emblemáticos de Monterrey. 

Luisiana (1950-2009)

El Restaurante Luisiana fue fundado por don Antonio Costa Vilanova, un inmigrante de origen español, el 27 de mayo de 1950. La casona decimonónica (aunque hay quien data sus orígenes todavía más atrás, en el siglo XVIII) en la que operó por casi sesenta años se ubicaba en la calle Hidalgo, frente a la plaza del mismo nombre, a sólo unos pasos del Palacio Municipal de Monterrey. Como curiosidad histórica, el legendario bandolero Agapito Treviño, “Caballo Blanco”, fue fusilado ahí en 1854, y por años hubo una placa conmemorando este hecho. El nombre del establecimiento fue inspirado por el estado norteamericano, famoso por su ecléctica cultura y gastronomía. Sin embargo, el Luisiana se inclinaba más hacia la alta cocina internacional, ofreciendo platillos como las sopas de cebolla, la de mariscos estilo Luisiana y la de langostinos al coñac, así como una variedad de cortes finos y diferentes platillos de aves y mariscos: la langosta Thermidor, el pato a l’Orange, el ossobucco con arroz y los medallones de filete con setas, entre otros. Uno de sus postres más célebres fue el helado al horno Luisiana. Además de ser un lugar frecuentado por los capitanes de empresa regiomontanos gracias a su céntrica ubicación, el Luisiana fue una opción muy popular para la celebración de fiestas de quince años, bautizos, primeras comuniones, bodas, graduaciones y otras ocasiones memorables. Durante décadas, en su gran salón de banquetes, la alta sociedad de Monterrey y San Pedro comió, convivió, festejó, bailó y cantó hasta altas horas de la noche. La transformación de la ciudad y el surgimiento de nuevas opciones para la realización de eventos sociales fueron algunos de los factores que contribuyeron al declive del Luisiana. El centro de Monterrey perdió buena parte de su atractivo y la gente dejó de frecuentar el restaurante, hasta que finalmente cerró en el 2009. Al igual que otros inmuebles históricos de la ciudad, la casona fue derribada para dar paso a nuevas edificaciones. Hoy, el recuerdo del otrora emblemático Luisiana sólo permanece en la memoria de un número cada vez menor de personas.

La Cabaña (1953 - 1998)

El Monterrey de los años cincuenta podía presumir de una vibrante vida cultural que se manifestaba de las más diversas maneras. Como botón de muestra estaba la escena musical, concentrada en una serie de recintos del primer cuadro de la ciudad. La gente que gustaba de asistir a conciertos y recitales, así como a obras de teatro y otros eventos artísticos, podía luego pasar a tomar una copa y comer algo en algunos sitios que fueron arraigándose en el gusto de la sociedad de la época. Uno de ellos fue La Cabaña Regiomontana, fundada por don Raúl Santos Díaz. Inaugurada en 1953 y ubicada en sus inicios en la avenida Pino Suárez, La Cabaña era, literalmente, una construcción de madera provista de un jardín en el cual se podía platicar, comer una botana y tomar una cerveza en un ambiente informal. El sencillo menú apostaba por la sazón tradicional del norte, así como por precios accesibles. De la popularidad que llegó a alcanzar esta exitosa combinación dan cuenta algunas crónicas periodísticas en las que se nombran algunos de los visitantes que pasaron por la Cabaña: la Nena Delgado, Luis Martín, Delia Garda, Luis Arcaraz, Joaquín A. Mora y hasta Plácido Domingo. En la década de los setenta se llevó a cabo la ampliación de la avenida Pino Suárez, lo que ocasionó que La Cabaña perdiera una parte del terreno, además de cambiar su entrada principal a la calle Matamoros. Aun así, y tras una serie de cambios, logró sobrevivir por un par de décadas más gracias a la lealtad de sus parroquianos. Sin embargo, al igual que muchos otros restaurantes de tradición del centro de Monterrey, La Cabaña fue víctima del creciente caos vehicular en la zona, además de los cambios en las modas y los gustos de los comensales y la aparición de nuevas opciones en otros rumbos de la ciudad. El restaurante cerró definitivamente en los noventa, y el antiguo local lo ocupa hoy un negocio de mariscos. 

La Guacamaya (1980-2017)

El sabor de la tradición. La Guacamaya recibió a sus primeros comensales en 1980. Sus dueños, los hermanos arquitectos Juan y Abelardo Villarreal, hicieron equipo con Alberto Rojas para abrir un restaurante especializado en mariscos, con un toque cosmopolita y vanguardista más que adecuado a su ubicación en la calle Roble. En esa misma calle, un par de años más tarde, comenzaría a operar otro restaurante que se volvería emblemático del San Pedro de esos años: el Hawái Cinco Cero (también propiedad de los Villarreal). Frente a otras opciones más tradicionales de la época, La Guacamaya conquistó un lugar prominente gracias a su cocina y su atmósfera, volviéndose una de las opciones preferidas para quienes buscaban platillos a base de pescados y mariscos, además de “ver y ser vistos” en uno de los sitios más exclusivos de la ciudad. La cálida atención del personal fue quizá tan importante en el éxito del restaurante como sus cocteles y tostadas de mariscos, los langostinos, el guachinango y otros platillos esenciales. Al igual que su vecino, La Guacamaya se benefició de la cercanía de los grandes corporativos de empresas como Vitro, Cydsa y Cemex, cuyos ejecutivos eran asiduos al lugar (así como una parte de la clase política local). La crisis de mediados de los noventa representó un episodio difícil, pero el restaurante logró capear el temporal. Inclusive, por aquellos años llegó a tener una sucursal en McAllen. Tras pasar a ser propiedad de la familia Costa (dueños de otro establecimiento desaparecido: el Luisiana) en el 2005, La Guacamaya atravesó una etapa de remodelación y transformación que incluyó un nuevo menú. Sin embargo, el éxito de este nuevo período no duró mucho, y finalmente cerró sus puertas en el 2017.

El Regio (1962-2023)

El sabor de la tradición. Si bien de manera oficial El Regio aún existe en San Nicolás de los Garza, el sentimiento predominante en Monterrey es que la historia del restaurante El Regio acabó en 2023, cuando fue demolido el local original ubicado en el cruce de Gonzalitos e Insurgentes, frente a Galerías Monterrey, y que fuera el que le dio fama a su propietario, don José Inés Cantú Venegas (aunque cabe señalar que ni era éste el local original, ni don José Inés el fundador de “El Regio”). Don José Inés fue un emprendedor originario de Pesquería, Nuevo León, quien durante los años cincuenta y sesenta se dedicaba a abastecer de carne de res importada a algunos exclusivos restaurantes de Monterrey. En sus andanzas por Texas descubrió un corte que era poco apreciado por los consumidores locales. Proveniente del costillar, era muy económico y, lo más importante, desconocido en México, por lo que don José Inés tuvo la idea de traerlo y ofrecerlo como “arrachera” (término que hace alusión al cincho con el que se amarra el vientre a los caballos). Por su naturaleza, la arrachera es fibrosa y más bien dura. La clave para una preparación exitosa consiste en marinarla y sazonarla de manera adecuada. El Regio dominó esta técnica y conquistó un sitio prominente entre los restaurantes locales especializados en carnes asadas, volviéndose un destino inevitable en los itinerarios de visitantes nacionales e internacionales que deseaban probar los auténticos cortes norestenses, sobre todo, claro está, la arrachera. El ambiente en el inmenso local era festivo; los tríos y mariachis eran habituales y, además de operar como restaurante, llegó a volverse muy popular en la organización de eventos sociales. Sin embargo, tras perder terreno ante una creciente competencia en el sector, El Regio corrió la misma suerte de otros restaurantes que no lograron recuperarse del golpe que representó la pandemia del coronavirus. 

Riex Delicatessen (1980 - 2022) 

El sabor de la tradición. En la década de los noventa, la ciudad no tenía ni el número ni la diversidad de opciones culinarias que hoy se dan por sentado. Al abrir sus puertas en este contexto, el Riex Delicatessen se convertía en una especie de precursor de la transformación gastronómica que arribaría en los siguientes años. Ubicado en la avenida Humberto Lobo hacia el sur, se trataba de un establecimiento que vendía (como su nombre indicaba) carnes frías y otras delicias propias de la cocina europea. Salami, jamón de pierna, serrano, selva negra, quesos gouda, camembert y brie, aceitunas de todo tipo, panes, vinos y café se contaban entre los productos disponibles para los clientes, quienes además podían almorzar o cenar en el local diferentes platillos que fueron volviéndose más complejos y variados tras el éxito inicial. Su propuesta encontró gozo de aceptación entre la clientela de Monterrey y San Pedro, lo cual le permitió abrir un nuevo local en la avenida Vasconcelos, por el rumbo de Jerónimo Siller. Replicando el concepto de restaurante y tienda gourmet, el Riex gozó de algunos años de buena fortuna entre los comensales, quienes podían aprovechar una salida a comer o a cenar para luego abastecerse de ultramarinos variados para llevar a casa. Las tortas, pastas, pero sobre todo las pizzas en horno de leña fueron muy populares, llegando a ser ofrecidas con entrega a domicilio en una época en que prácticamente las únicas opciones existentes eran franquicias extranjeras que privilegiaban la velocidad de la entrega por encima del sabor de las pizzas. La apertura de una nueva sucursal en el Centrito y el cambio de nombre a Mercado Cordón Bleu fueron una especie de preludio de la última etapa del establecimiento, el cual, finalmente, desapareció sin mucho ruido, motivado en parte por la nueva oferta de productos gourmet en supermercados y el surgimiento de nuevos competidores.

Camello 13 (1977 - 2005)

El sabor de la tradición. Para muchas personas, la inmigración puede parecer un fenómeno relativamente reciente en Monterrey. Sin embargo, la realidad es que la ciudad siempre ha abierto sus puertas a los exiliados de otras latitudes que llegaban en busca de nuevas oportunidades. Fue el caso de un gran número de personas que, a lo largo de los años, llegaron de países de Medio Oriente, como Líbano y Siria, para establecerse en Nuevo León, fundando negocios y prosperando de distintas maneras. Una de las manifestaciones más visibles de la presencia oriental en Monterrey es la existencia de un gran número de restaurantes especializados en la cocina árabe o libanesa. Uno de los primeros fue el popular Camello 13, fundado por Don Óscar Marcos Handal. Se ubicaba en una plaza comercial en la calle Orinoco, en el Centrito Valle, a unos pasos del famoso cine. El 13 de su nombre hacía alusión al número de local que ocupaba en la plaza, en donde ofrecía tortas europeas que se podían preparar eligiendo de entre una amplia variedad de carnes frías como roast beef, jamón de pierna, pastrami o salami, y panes de ajo, mostaza o perejil. Además, tenían los siempre populares kipes, empanadas, hojas de parra y, de postre, los dedos de reina que daban fe de su ADN mediterráneo. El Camello 13 fue muy popular, sobre todo en la década de los ochenta y noventa, llegando a ocupar un segundo local en la misma plaza comercial. Vendrían cambios y mudanzas, así como nuevas sucursales en otros puntos de la ciudad, como Cumbres, San Jerónimo y Contry. Finalmente, su buena fortuna comenzó a declinar, hasta que cerró sus puertas en la primera década del nuevo milenio. Curiosamente, en internet aún existe una página que, cual profecía antigua, anuncia su retorno cuando se cumplan 50 años de su fundación, esto es, en el 2027. 

El Lobo Jack (1977 - 2005)

El sabor de la tradición. Si bien es cierto que la oferta restaurantera de San Pedro Garza García ha crecido de manera exponencial en las últimas décadas, igualmente puede argumentarse que hace treinta o cuarenta años había más opciones de calidad adecuadas a cada presupuesto. Dicho de otro modo: era posible encontrar excelentes restaurantes no sólo de alta (con los consiguientes precios estratosféricos), sino también de menús más sencillos que ofrecían lo que podría equipararse con la comfort food estadounidense: tacos de carne asada, hamburguesas al carbón, antojitos mexicanos y otras delicias de este tipo. En un local sobrio y sin mayores pretensiones situado en el corazón del Centrito de la Colonia del Valle, El Lobo Jack ofrecía las tradicionales enchiladas y flautas, así como sopes y tacos rellenos de los guisos más populares, como carne deshebrada, picadillo, chicharrón y papa. Su éxito se basaba en una combinación de factores como una carta muy económica (incluso para aquella época), rapidez en el servicio y, sobre todo, una sazón familiar que hacía regresar a los comensales una y otra vez. Así se convirtió en una de las opciones idóneas para quienes salían de alguna función nocturna en el cinema que se ubicaba a unos pasos. La dramática transformación que atravesó el área metropolitana de Monterrey a partir del inicio del milenio se reflejó en diversos ámbitos, y el gastronómico no fue ajeno a este proceso. La gente empezó a preferir restaurantes más modernos, opciones más cosmopolitas, preparaciones más saludables, sitios más “fotogénicos” en donde “ver y ser vistos”. Asimismo, otros factores como las sucesivas crisis económicas y la ola de inseguridad que padeció el estado por allá del 2009 y 2010 terminaron por acabar con éste y muchos otros restaurantes tradicionales de los cuales hoy sólo queda un recuerdo. 

CAFÉ FLORES

El sabor de la tradición. Uno de los restaurantes más longevos y con mayor tradición en Monterrey fue el Café Flores, que abriera sus puertas a finales de la década de los veinte. Se ubicaba en pleno centro de la ciudad, en el cruce de las calles Corregidora y Escobedo, frente a la plaza Hidalgo. Su fundador, don Pepe Flores, atendía personalmente a los comensales, ofreciendo una variedad de platillos indispensables y siempre bienvenidos a un precio módico. Además del pan dulce y café, los huevos revueltos o estrellados, y las comidas corridas que sacaban del apuro, en el menú destacaban, sin duda, las milanesas de res, apodadas como “orejas de elefante” por su tamaño, y que se elaboraban según una particular receta familiar. Por su ubicación, a unos pasos del Palacio Municipal, del Casino Monterrey y de otras bulliciosas oficinas de la época, el Café Flores habitualmente lucía lleno: durante el día, de empleados de todo rango, empresarios, periodistas y políticos; por las noches, de asistentes a alguna boda o evento social. El hecho de que el café estuviera abierto las 24 horas era uno de sus atributos cardinales, volviéndolo un punto de reunión predilecto para una buena parte de la sociedad de esos tiempos. José Flores, hijo del fundador, recuerda en una entrevista que las puertas literalmente nunca se cerraban, y ni siquiera tenían cerradura. Dicen que segundas partes nunca son buenas, y algo de cierto hay en este lugar común. El café fue vendido a principios de la década de los setenta a don José Inés Cantú, dueño de otro restaurante icónico de Monterrey: El Regio. Años más tarde, al construirse un moderno hotel en esa zona, el inmueble original fue demolido, aunque el nombre se incorporó al nuevo establecimiento. Actualmente sigue operando ahí, pero en la mente de muchos parroquianos existe la certeza de que este comedor sólo mantiene el nombre, pero no la esencia del tradicional Café Flores. 

El León de Matías

El sabor de la tradición. Quienes han vivido en Monterrey en las últimas tres o cuatro décadas coincidirán en que la transformación de la oferta restaurantera local durante este periodo ha llegado a ser impresionante. El número de opciones se ha multiplicado y han aparecido establecimientos que abarcan casi todos los tipos de cocina. Por otro lado, y como es hasta cierto punto lógico, también han desaparecido algunos lugares de gran tradición para dar paso a nuevos jugadores, más acordes a los gustos y las modas actuales. Un ejemplo de estas vicisitudes fue El León de Matías, que fuera un negocio enfocado en los tacos y antojitos, fundado por Ricardo Guerra y Jorge Villarreal. Este restaurante, sencillo pero cumplidor, se ubicaba sobre la avenida Humberto Lobo, casi llegando a Vasconcelos. Además de la sazón de sus platillos (sus tacos de carne asada, en particular, fueron considerados entre los mejores en la ciudad) y precios bastante accesibles, el lugar contaba entre sus atributos con una terraza modesta pero muy cómoda que, cuando el clima lo permitía, resultaba el ambiente ideal para las cenas con los amigos o la familia, sobre todo en una época en la que aún no se sentía el bullicio que ahora es casi permanente en esa zona. Al igual que otros lugares de este corte, El León de Matías dejó de operar en 1996 y, aunque por un tiempo se manejó en algunos círculos la posibilidad de una reapertura, ésta nunca ocurrió. Los años han transcurrido; no obstante, para muchos de sus clientes asiduos, quienes apreciaban sobre todo el ambiente grato, relajado y sin artificios, el hueco que dejó parece difícil de llenar.

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