REGIONAL
Dr. Aguirre Pequeño
Mitras Centro, Monterrey
Esta calle es un eterno ir y venir de carros en un solo carril, y de estudiantes en su camino a la Uni de medicina. A ellos también se les ve en grupos sentados dentro y fuera de los establecimientos de la zona, en la que la comida es rápida y barata. Prevalecen restaurantes mexicanos, de snacks y jugos, todos conviviendo en la misma acera de esta pequeña, pero bulliciosa vía.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
El campus de ciencias de la salud de la Universidad Autónoma de Nuevo León, con las facultades de medicina, psicología y demás, y el hospital universitario, está bordeado a lo largo por la avenida Gonzalitos de un lado, y por el otro de la calle doctor Eduardo Aguirre Pequeño. A diferencia de la primera gran arteria, ésta segunda es considerablemente estrecha, con apenas un carril para conducir en un solo sentido. El otro funciona como estacionamiento público gratuito.
Mañana, tarde y noche tiene un tráfico local lento, agravado, no nada más por estudiantes, trabajadores o pacientes y sus familiares, sino por el hecho de que las nueve cuadras que comprende la calle, y las que la interceptan, están tapizadas de restaurantes y vendedores ambulantes de snacks.
La mayoría son locales de precios bajos y comidas rápidas. Hay varias juguerías, desde la conocida La Michoacana, en cuyos escalones se ven a jóvenes alumnos con libros abiertos, hasta otros negocios como Señor Natural y Jugos & Jugos. Establecimientos de platillos mexicanos como La Tía, Las Gorditas Zacatecanas o Las Cazuelas, que anuncia “el mejor caldo de res de Monterrey” y en donde también venden huevos al gusto, tacos de guisos, enchiladas, entomatadas, milanesas y más. Mención aparte merecen Los Jarritos, que iban muy recomendados pero que no quisieron darnos entrevista. Al parecer siempre está concurrido. Acá lo bueno, según comensales asiduos, es la pechuga empanizada rellena con chipotle, y en su menú tienen también mole, milanesas y ensalada de pollo.
Entre las tiendas de libros de medicina y guardarropa para doctores, las lavanderías y papelerías, los cuartos en renta y la iglesia cristiana, se encuentran otros restaurantes de comida china, nachos y chillidogs y muchas otras botanas.
Lo tradicional
En la primera cuadra, esquina con Reforma, se encuentra La Cotorra, un pequeño pasillo con una entrada blanca de madera. Ahí se sienta a cocinar y cobrar el dueño, cuyo apodo dio nombre al lugar, Guadalupe Aguilar Treviño. Al lado están los clásicos tacos nocturnos de trompo El Ramirón y unos metros antes está el Rey de las Hamburguesas.
La Cotorra tiene 32 años en esta área, aunque hace poco se movió de estar “a la vuelta”, según don Guadalupe. “Yo cobro, reparto y hago todos los guisos, preparo”, continúa, “no sé cocinar pero eso sí lo sé hacer”. El apodo lo obtuvo cuando era operador en una línea de autobuses. Dejó de trabajar ahí y, platica, “de repente empezamos a hacer los huarachitos. Mi señora empezó a hacer unas tortillas grandes. Fue sin querer”.
Abren de siete de la mañana a tres de la tarde y venden huaraches, burros, tacos y empalmes. El huarache es una tortilla de maíz ovalada con frijoles, queso, carne asada y cebolla morada arriba. El burro lleva básicamente lo mismo pero es de harina. Los guisos pueden ser también de barbacoa, chicharrón, deshebrada, picadillo y carne asada. Se pueden pedir los tacos o huaraches mixtos, y es recomendable para probar un poco de todo. El calor del verano también se puede sentir adentro, pero si agarran lugar cerca del enorme aire lavado es un poco más tolerable.
Lo nuevo
A todas horas continúan pasando estudiantes, algunos con batas blancas. Hay tránsitos merodeando y policías en bicicletas. En la misma acera de la calle hay tres tiendas Oxxo y 7-Eleven. Éstas, incluyendo otras cercanas, tienen áreas con mesas y sillas, adentro o afuera, y son usadas como punto de reunión por los jóvenes.
Entre los nuevos locales hay pizzerías con rebanadas a diez pesos, como Fast & Rico y Manolo’s. Éste tiene dos sucursales en la calle y en ambas venden lo mismo: burritos, tortas, papas fritas, pasta Alfredo y otras, lasaña, calzone (rellenos de jamón, queso mozarella, gouda, parmesano y salsa de tomate) y pizzas de pepperoni, jamón, salami o champiñones.
Juan Carlos Muñoz, uno de los encargados, comenta que el negocio tiene dos años y medio y fue pensado específicamente para la zona. “Está dirigido a estudiantes de aquí”, dice, “hicimos un sondeo de qué es lo que ellos necesitaban y qué tan rápido lo necesitaban. Sentimos que estos productos que tenemos nosotros son rápidos y de mucha demanda. La pasta y eso es un poquito más elaborado pero tratamos de tenerlo en menos de siete minutos”, asegura.
Abren de siete de la mañana a siete de la tarde y aparentemente no afecta la competencia entre restaurantes similares, ya que en los dos habían comensales, sobre todo alumnos, entrando y saliendo constantemente.
El Manolo’s que se encuentra entre Irapuato y Celaya tiene de vecinos a un 7-Eleven y al depósito Kansas, que es también papelería. Afuera de éste se sientan varios jóvenes a fumar y tomar refrescos. La pizzería tampoco es un gran refugio del calor pero ayuda en algo. Tiene un par de mesas adentro y otras afuera, debajo de un toldo. Al lado de la caja hay una pequeña barra con los clásicos condimentos, como chile de árbol en polvo y un bote de chipotle. El sabor de la rebanada en general no es malo y cumple su función de rapidez y saciedad por bajo costo.
Lo tradicional renovado
Casi al finalizar la calle hay un establecimiento verde con una arquitectura ligeramente oriental llamado Tea Palace. A diferencia de los demás restaurantes, éste es un oasis sin bullicio y, lo mejor, fresco. Su interpretación del té, estrictamente hablando de la planta y sus clásicos derivados, es un poco liberal. De los tradicionales calientes sólo tienen en el menú el “jazmín green té” y hay otros helados que no se alejan tanto, como el verde, negro, assam, jamaica y limón, aunque un sommelier instantáneamente reclamaría que los últimos dos son infusiones.
La amplia oferta de bebidas incluye también el té latte ginger, que puede ser helado o caliente, verde, rosa y fresa; las que nombran storms, una especie de smoothie con fruta natural, de mango, fresa, pepino-limón, piña, menta y blueberry; café y hasta chocomilk. Para comer tienen wraps y paninis de pechuga de pollo y atún, un sándwich de pan integral, jamón de pavo y queso panela, y snacks como galletas y papitas. Abren de nueve de la mañana a “seis o siete” de la tarde, de lunes a viernes. Cassandra Ramos contó que tienen ahí alrededor de tres años y medio y a diario preparan el agua con las hebras para los tés. Su clientela pide también para llevar, que es lógico considerada la zona, y la mayoría ordena bebidas heladas y tés de sabores. “A la gente le gusta más lo dulce, como el té de durazno y mango, y los paninis”, aseguró la joven.
Rápido, barato y llenador
Como era de esperarse por la zona, aquí no hay restaurantes con menús complejos ni platillos de autor. Tanto los establecimientos como los vendedores informales se han ajustado a lo que la clientela pide más: comida rápida, de precios accesibles y porciones considerables.
Por su cercanía a un campus universitario y otros comensales de oficinas guarda parecido con la Avenida del Estado, que también visitamos anteriormente para esta sección. Sin embargo, difieren en el tipo de oferta. Mientras que la zona Tec tiene cafés locales, restaurantes de diferentes gastronomías, mariscos, por nombrar algunos, acá se trata sobre todo de cocina mexicana, jugos y snacks influenciados por el gusto estadounidense.
De estos, tal vez los mejores sean los de comidas corridas caseras y los tradicionales de tacos, gorditas y parecidos. Posiblemente no sean nuevas propuestas pero son los que raramente fallan en complacer. Sin embargo, a juzgar por una simple visita, hay negocio para todos, siempre y cuando alcancen a servir antes del cambio de clases o de que termine la hora de la comida en el trabajo.
Aramberri
Centro de Monterrey
Como tantas vías de esta zona de la ciudad, Aramberri es sede de los primeros establecimientos gastronómicos de Monterrey, además de otros puntos históricos. Hoy continúa su caótica pero incansable vida gracias a los vendedores ambulantes, puestos de tacos y miles de comensales cuyas labores los llevan a diario por aquí.
Redacción Cecilia Vázquez, Fotografía Martha I. Dávalos.
Cinco kilómetros, poco más, poco menos, son los que comprende la calle José Silvestre Aramberri. Ésta comienza en Pablo González Garza, también conocida como Fleteros, cruza todo el centro y termina en Félix U. Gómez. De un polo a otro cambia drásticamente de cara. En el lado oeste o poniente, que es más bien “extensión Aramberri”, es de metros bardeados por el Panteón Dolores, algunos comercios, y casas habitación de unas décadas atrás. Pasando Venustiano Carranza, y más adelante la Alameda, sigue siendo relativamente tranquila. Pero una vez atravesando Cuauhtémoc, sobre todo donde cruza con Juárez, el tráfico constante, los vendedores ambulantes y los peatones la convierten en un ruidoso y sofocante caos, especialmente en pleno verano.
Esto, claro está, también la hace un excelente corredor culinario, con comida mexicana barata y honesta, como la mayor parte del centro de la ciudad. No puede darse el lujo de tener una oferta ostentosa, y sin embargo, es a sus alrededores a donde acuden diariamente cientos de dueños de restaurantes y chefs por materia prima.
Por motivos de esta crónica y su espacio, como siempre, nos limitamos solamente a cubrir las cuadras que van desde Cuauhtémoc hasta antes de llegar a la escuadra de Zuazua. Unos metros más delante de ésta, se localiza la famosa casa de Aramberri, escenario de un crimen que ocurrió en los años 30 y que se volvió una de las más famosas leyendas de la urbe. Pero como hoy en día no es más que un jardín sin techo y paredes casi derrumbadas, y como ahí no venden comida, nos la pasamos de largo. Con todo respeto.
Mujeres al frente
Cerca del mesón Estrella y a dos cuadras del Mercado Juárez, ambos importantes escenarios gastronómicos de Monterrey, se encuentra un pequeño restaurante de comidas, Conchis. Lleva el nombre de su dueña, quien ese día estaba sentada al fondo del lugar, escribiendo en cartulinas fosforescentes para buscar empleados.
En la entrada, del lado derecho, hay una fila de humeantes cazuelas con guisos y una plancha, en la que dos jóvenes mujeres preparan los platillos. Al lado está la caja y hay unas diez mesas en total dentro del espacio, que incluye un lavamanos y una pequeña hielera. Aquí venden tacos, gorditas, menudo, enchiladas y tostadas preparadas. Según Concepción Moreno, la mayoría de sus comensales piden gorditas de asado, chicharrón, picadillo o deshebrada.
“Mi suegra fue la que empezó en este ramo de la cocina y nosotros le dimos seguimiento”, platica la propietaria y también cocinera, “tenemos unos 15 años dedicándonos a esto”. Abre su negocio de 7:30 de la mañana a 4:30 o cinco de la tarde, dependiendo del trabajo.
El establecimiento tiene poco menos de un año y anteriormente era de tacos. “Se nos presentó la oportunidad de que estaban rentando el local”, recuerda Concepción, “antes andábamos en mercados rodantes”. Sobre la concurrida ubicación, dice que “se acostumbra uno al ruido”.
A unos pasos del Conchis las banquetas son casi infranqueables, sin embargo los peatones no se detienen. El motivo de los obstáculos son los vendedores semi ambulantes, quienes ofrecen desde temprano una envidiable variedad de frutas, verduras y otros alimentos. Entre ellos hay también puestos de tacos, de botanas embolsadas, piñatas y demás.
María Aurora Guerrero está de pie frente a su mesa, que hace las veces de tabla de cortar y exhibidor de nopales. Desde las nueve de la mañana y hasta las seis de la tarde corta tunas y pencas, les quita las espinas y las embolsa en paquetitos de medio kilo o kilo, éste último a $20 pesos.
“Tengo 14 años en sí, en sí”, relata María, “mi labor es exhibir la tuna y el nopal, que se vea lo más limpio, lo más delicado. Es lo que entra en el cuerpo”. Como buena vendedora de la calle, admite nunca haber contado cuánto producto mueve en un día, pero dice que una caja viene por kilos y cada una trae entre 20 y 30 kilos. Cuántas utiliza, no sabe o no quiere decir.
“Empezamos nosotros en Ocampo”, continúa, “de ahí nos vinimos para acá. Allá cerraron, ya no hay locales. Era al lado del mercado, ya no quedó nada ahí”. Su madre la releva los fines de semana, de viernes a domingo, y mientras descansa. Fue con ella con quien María aprendió el oficio, por lo que, después de reflexionar rápidamente, calcula que tiene mucho más de 14 años en el comercio. “Toda mi niñez fue trabajar esto con mi mamá”, asegura.
Mientras platica va quitándole espinas a una penca de nopal, para limpiarla y luego picarla, todo con el mismo enorme cuchillo. Éste lo deja caer con la hoja directo a la palma de su mano y los dedos, lo que le provoca muchas pequeñas cortadas, pero que no sangran. “No son callos, son cortaditas”, dice riendo, “ya está la piel bien pulida. De repente sí me lastimo pero nos ponemos un gel, como una cera. Así toda la espina se resbala”. El paso final es agregar cilantro arriba de cada bolsa, para que se vea bien y la gente lo compre más, afirma sabiamente María.
De tacos, mariscos y alcohol
Casi esquina con Aramberri, sobre Juan Méndez, se encuentra la cantina La Derrota, que nos fue señalada por uno de los varios vendedores de la zona. Otros establecimientos similares son el Lontananza, de más de cien años y que ofrece cocteles de camarón, pulpo, campechanas, tostadas de ceviche y otros platillos de comidas corridas; una cervecería llamada La Pantalla, y el famoso bar Beto’s, de ambiente más rockero.
Del otro extremo de la gama de sitios históricos, también está la primeria iglesia bautista, cuyo llamativo edificio data de 1927. Son vecinas las tiendas de plantas medicinales y de materia prima, además de conocidas marcas culinarias como Kesos y Kosas, la antigua carnicería La Fortuna, el restaurante de mariscos Vitamar, y muchos más.
Aunque es en la vecina colonia Obrera donde se encuentra otra calle famosa por sus varios puestos de tacos rojos, acá también hay al menos un vendedor de este sencillo pero muy buscado platillo. Juan Carlos Pérez asegura que los suyos son los más ricos y que por eso sus clientes siempre que se sientan piden más. Está aquí desde hace poco más de seis meses y tiene otro punto en 15 de Mayo.
Abre de siete de la mañana a diez de la noche y nada más llega a vender, pues todo viene preparado con anterioridad. Además de los clásicos de papa, también ofrece tacos de harina y al vapor, de chicharrón, deshebrada y frijol. Tiene dos salsas, como todo taquero respetable, la verde y una entre roja y anaranjada de chile serrano. Hacia el lado oriente hay dos muy conocidos y muy emblemáticos restaurantes regios, la Taquería Juárez y la Rosa Náutica. En números anteriores de esta revista los hemos entrevistado y valen bastante la pena conocer sus historias. El primero se localiza en Galeana, entre Aramberri y Ruperto Martínez. El segundo es vecino, literalmente, y está en la esquina que se extiende hacia la vía que protagoniza esta crónica.
Es frente a los taquitos dorados de la Rosa Náutica que abrió en 1993 La Haya, un lugar de comida del mar, en toda la extensión de la palabra. Es un oasis del calor de Monterrey y del centro, climatizado, de iluminación cómoda y muchas mesas de madera. Es de bastas porciones y pasando el mediodía se llena de oficinistas, familias y más.
De entradas sirven aguacate o piña rellenos ($105 y $185 pesos, respectivamente) y hay también los clásicos: tostadas, tacos, cocteles, caldos y filetes. Para los que no se contentan con la oferta de siempre, venden molcajete de aguachile ($150), ancas de rana al gusto ($130) y hasta pulpo entero ($230). Ideal para probar un poco de todo, están las mariscadas, para dos personas ($280) o para cuatro (($460). Es un enorme plato que va al centro, compuesto de varias cazuelitas. Hay coctel de camarón con rebanadas de aguacate, camarones a la diabla y empanizados, arroz, ancas de rana que pueden cambiarse por filete, aros de cebolla y papas a la francesa. Claro, por si no llenan, también llegan a la mesa pequeños caldos de pescado de cortesía, tostadas, galletas saladas y una selección de salsas de la casa y en botella. Excelente opción para culminar un recorrido en una calle que realmente no se puede abarcar culinariamente en un solo día.