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REGIONAL

Los Ramones

Por alguna razón, el pollo frito o asado es el favorito de este municipio, que se sostiene con comensales de fines de semana y las ferias que atraen gente de sus muchas localidades.

Redacción Cecilia Vázquez, Fotos Martha I. Dávalos, Transporte Luis Silva.

Los Ramones es un municipio bastante diferente a otros que se encuentran cerca del área metropolitana de Monterrey. A diferencia de Montemorelos, Allende o Santiago, no hay restaurantes de gran tradición o de atractivo turístico. Según varias personas que ahí viven, la mayor parte de los hombres se van a trabajar a Estados Unidos, por lo que la cabecera municipal se siente más como un pueblo tranquilo, casi desierto. Para llegar por carretera son dos horas al oriente. Se pasa por Cade- reyta y la sierra Papagayos. Como referencia, en el camino también están el hotel “Porque ella manda”, decorado con un par de ojos inquisitivos en la fachada; y el letrero que anuncia San Juan, “la cuna del beisbol en México”.
Por la cabecera atraviesa el río Pesquería y se accede a la misma luego de una calle plagada de pozos, aunque en esto no se diferencia mucho de Monterrey. La plaza está bordeada por una paletería, un local de pollo asado (el principal platillo del municipio) y una tienda de bebidas y snacks. Ese día de febrero, con calor de verano, sólo pasaron un par de niños. En una banca, una pareja de hombres de la tercera edad veían el reloj central, que está descompuesto desde hace tiempo.

La cocina y la música

Cerca de las doce del mediodía no conseguíamos dónde detenernos a almorzar. Las opciones parecían ser pollo asado o pollo frito. Finalmente, luego de dar varias vueltas, descubrimos el pequeño establecimiento La Pasadita. Estaba cerrado pero después de tocar nos abrieron y ocupamos una de las tres mesas del interior. Gilberto Garza Bustillos es el dueño y cocinero del lugar, donde probamos tacos dorados de picadillo, que llevan mucha lechuga y tomate. También hay de deshebrada, milanesas, filete empanizado, hamburguesas y papas fritas. Los fines de semana vende tacos de bistec y carne asada.
“Saco el asador, mi señora está aquí adentro preparando las órdenes”, platica Don Gil, quien tiene 25 años con el negocio”, “y pos ahorita estamos pasando por una crisis que están un poco bajas las ventas, porque así es enero y febrero. Vamos a esperar si en marzo cambia tantito”.
Él y su esposa cocinan. Comenzaron cuando se ponían las ferias agropecuarias hace años, en las que se exhibían equipos agrícolas, borregos, vacas y cabras. “Me pasó el restaurante un señor que se fue para Monterrey, ya murió”, continúa”, “fue el primero que empezó con tacos dorados.
De ahí empezamos nosotros, ya compramos la propiedad, nos establecimos. Me puse a trabajar en la feria porque me lo pedían los alcaldes, cerraba el local y me iba para allá. Para que fueran más restaurantes, había de cabrito y pues yo con carne asada, hamburguesas, papas asadas”.
El hombre, originario de Los Ramones, tiene 65 años. Usa un delantal de Starbucks que le regaló uno de sus hijos, quien reside en Estados Unidos, y vive en el mismo terreno del restaurante. Dice con alegría, que “aparte de cocinero soy músico, baterista”. Con esto nos invita a un convierto improvisado de música norteña, que acompaña con un cassette de música de su pequeña grabadora.
“Tengo atrás la batería porque estoy enseñando a un nieto. Desde los 7, 8 años empecé a tocar, me enseñó mi hermano mayor, que en paz descanse, y he andado con varios grupos. Estuve en Monterrey y en Houston un tiempo y allá también toqué bastante. Ahora estamos aquí aplacados porque ya entramos en la vejez y estamos con el negocito”, platica.
Las paredes de La Pasadita son como un altar a los músicos de la región e incluyen fotos del mismo don Gil de joven con su grupo. Acerca otros negocios de comida en el municipio admite que no hay muchas opciones. Además de tacos mañaneros o pollo, podíamos no encontrar más.
“La mayor parte (de la gente) se va a Estados Unidos y los que estamos aquí unos siembran y riegan con sistema de riego y otros con temporal”, comenta, “ahorita está difícil porque no quiere llover. La poquita gente que trabaja es en la presidencia. En este tiempo van a sembrar un poquito de trigo, pero de aquí para adelante el sorgo, el maíz. Uno que otro siembra frijol de tardío pero ahorita está muy despacio la cosa, no ayudó el tiempo”.

Don Ramón

Después de comer, fuimos a la plaza del reloj. Don Ramón, un señor de edad avanzada, se detuvo a platicar. Llevaba una gorra roja y latas en una bolsa de plástico. Dijo que su familia tiene una carnicería, sin nombre, pero que cuando no hay mucho trabajo sale a dar la vuelta.
Sobre la pequeña carpa azul cercana a la plaza, afirmó que se trataba de un circo que se quedaría dos semanas. Además de payasos y perritos, según él, no traían nada más. También informó que en el depósito Lalón se venden clamatos, cervezas y vino. Don Ramón se refiere a las mujeres como “güera”, sin distinción alguna. Platicó que no le tocó casarse, que antes jugaba beisbol y luego nos pidió invitarle una paleta. Así entramos a conocer a Celestino Hernández, trabajador de la Paletería y Nevería La Reina.
Originario de San Luis Potosí, Celestino llegó a Ramones en el 2000. “El patrón me trajo hasta acá, y nos quedamos a trabajar”, dijo, “antes en Apodaca él tenía una que se llamaba igual. Aquí se fabrica y se hace la paleta y nieve”.
El hombre, de unos 40 años, afirmó que “venía enseñado así” a preparar nieve y paletas, que toda su vida lo ha hecho. Admite que ya casi no come lo que vende porque “uno se aburre de todo esto también, pero de vez en cuando las pruebo”. Además de papitas y sodas, lo principal de la tienda son las nieves, paletas, troles y esquimales. “Tenemos moldes especiales para las paletas, se hacen con fruta natural. Melón, piña, sandía, todo es picado, luego se congela. La de leche, la fresa se licúa, y se le pone su color. Hago cada dos o tres meses, tengo depósitos, hago bastantes, unas dos, tres mil paletas, y las tengo en el freezer. También hago bastante nieve, para no estar gastando luz. El trole es de melón, limón, tamarindo, mango. La nieve es de nuez, fresa, vainilla, chocolate y chocochip”.
Don Ramón pidió una de nuez y salimos con él. No le importó que la paleta se le deshiciera y la comió de su mano. Pasaron unos dos carros, los conductores lo saludaban. Finalmente nos despedimos del señor para la siguiente comida del viaje.

Pollos San José

A unas casas de la paletería, sobre la calle Hidalgo, están los famosos pollos fritos San osé. A la entrada del restaurante se pueden ver las piezas recién preparadas, al fondo hay cinco o seis mesas y en la pared, de nuevo el orgullo de Los Ramones, fotografías de músicos en el periódico.
Los papás de Cecilia Pérez, quien nos atendió, abrieron el negocio hace más de 30 años, en 1984. Su padre antes tenía granja y el restaurante es, junto con La Pasadita de don Gil, de los más antiguos del municipio. Las recetas son de su mamá y todo se hace ahí mismo, los burritos de frijoles con carne molida, el de pollo con queso y el de pepperoni, además de las hamburguesas. Pedimos pollo frito, que lo sirven con un pan de barra, una hamburguesa y un coctel de camarones.
El local fue bautizado por el patrono de la iglesia, San osé, nombre que también compartía el padre de la señora Cecilia. Ella contó que la fiesta de dicho santo es el 19 de marzo y que anteriormente se festejaba con juegos en la plaza y una pequeña feria, pero ahora se hace un baile y se venden antojitos. “Hacen comuniones, confirmaciones, viene el obispo”, relata, “casi siempre es a las 6:00, 7:00 de la tarde la misa. Ramones tiene muchas comunidades y viene mucha gente. Venden antojitos mexicanos, se quema un castillo (de pólvora), hay baile, se pone muy bonito”.
Los Ramones se compone de más de 70 localidades y, según la dueña de este restaurante, también hay una feria entre octubre y noviembre en la que se celebra el aniversario del municipio.
Nos despedimos de ella y su mamá, sentada al frente del lugar. De nuevo en el carro, nos detuvimos en uno de los varios puestos de elotes, pan, miel y salsas que se ponen en las orillas del camino. Desafortunadamente no tenían ya enteros, sólo desgranados. Pero como casi todos los elotes de la carretera, no decepcionaron. Aunque sea por éstos, hay que salir de la ciudad de vez en cuando.

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